Foto Pablo Aguirre

Joaquín Sabina se presentó por primera vez en Santa Fe. Su último trabajo, «Vinagre y Rosas«, junto al dúo español Pereza, fue la excusa para recorrer la galería de temas que lo consagraron como uno de los artistas más queridos por los argentinos. La noche duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Para los fanáticos, para los que en setiembre octubre del año pasado deambulaban ansiosos por los blogs preguntando si era cierto, ver a Sabina en Santa Fe fue como capturar con los ojos la caída de una estrella fugaz.

Puntual, de frac negro y pantalón a rayas, cinco minutos después de las nueve asomaron al escenario las piernas escuálidas que dibujan el óvalo perfecto, coronadas por el clásico bombín.
Sobre el fondo de una escenografía urbana, el recital comenzó con “Tiramisú de limón”, primer corte de “Vinagre y rosas”. El nuevo material fue elaborado junto al grupo Pereza, formado por Rubén Pozo Prats y Leiva. Las letras fueron escritas a dúo con el poeta Benjamín Prado, en Praga: “A él su novia lo había dejado; a mí mi novia no me dejaba tener novias”, explicó Joaquín. La vida doméstica que lleva desde hace algunos años junto a la fotógrafa peruana Jimena Coronado en Madrid no se entiende demasiado con la inspiración que le proveían las noches de soledades y excesos; por eso eligió a la tristeza de su amigo como musa. Después de bordear el abismo, Sabina atraviesa “el discreto encanto de la sobriedad”, como le diagnosticó el periodista español Jesús Quintero en una entrevista.
“Con el amor uno no puede escribir una canción, con el amor dan ganas de meterse en una cama, en un baño, en un ascensor o donde sea con tu amada. Con el desamor, en cambio, dan ganas de recagarse en la puta madre de esa mujer que nos dejó, y escribirle una canción que la persiga toda la vida. Así nacen las grandes canciones” explicó, didáctico, en la conferencia de prensa que brindó en enero en Buenos Aires.
De este nuevo disco también cantó “Viudita de Cliquot”; para dar lugar después a los clásicos, esos que esperaban todos. El primero de la larga lista fue “Ganas de”.
Lo acompañaron sus históricos laderos: Pancho Varona, en guitarra, bajo y voz, y Antonio García de Diego en teclados, voz y guitarra; Pedro Barceló en batería; el guitarrista y autor Jaime Asúa (con quien interpretaría una muy rockera “Llueve sobre mojado”); José Misagaste en saxo y clarinete y Mara Barros, en coros y complicidad.

Ave de paso

Fue la primera vez que ese artista de voz eternamente ajada, el que pide que te tumbes al sol cuando llueva, el que pretende escribir la canción más hermosa del mundo, trajo sus canas de alcanfor adolescente a ciudades del interior que no solía incorporar en sus giras.
“Buenas noches, Santa Fe… Nosotros sabíamos que veníamos al cementerio de los elefantes, pero no que esto iba a ser un parque jurásico”, saludó, en el primer round de una guerra contra los insectos que iba a ir in crescendo durante todo el recital. Al principio fueron risas, casi carcajadas: nadie podía creer la nube de bichos que seguía a los músicos como el más pegajoso de los fans.
Fue la nota de la noche: Varona, de impecable traje y galera, optó por ponerse una especie de escafandra para poder soportar lo insoportable. Los asistentes corrían con toallas, Sabina se divertía a puro pizotón y Mara Barros ayudaba a despegar los insectos que, a los pocos minutos, ya tapizaban el saco del artista. “Les juro en nombre de todos mis compañeros, no son veleidades: se nos hace muy difícil tocar así”, diría Joaquín promediando el recital, cuando la simpatía del principio iba dejando paso a la encabronada sinceridad.
“Un gusto estar aquí… Uno siempre habla de Buenos Aires, pero en esta gira estoy conociendo la hermosura del interior, de los argentinos y de las argentinas… y de las santafesinas”, galanteó el artista, en uno de los tantos diálogos que mantuvo con su público, algunos en rima, otros en prosa, a lo largo de las casi dos horas y media de concierto.
“Medias negras” fue el preámbulo para una potente versión de “Aves de paso”. Le siguieron el eterno “Peor para el sol” y “Agua pasada”, que rescata la letra de uno de los poemas más bellos de Joaquín, “Lo peor del amor”.
En ese clima el músico evocó a seres queridos y admirados de estas tierras, desde Adolfo Castelo hasta Tomás Eloy y Bioy; desde Borges hasta Fontanarrosa, pasando por Sandro el Gitano, el petiso Guinzburg y la Negra Sosa. Con esos nombres como pasaporte llegó la porteñísima “Con la frente marchita”.
Después de andar “Por el bulevar de los sueños rotos”, con “Llueve sobre mojado” aprovechó para presentar a su banda, siempre en clave de versos. Luego se fue por un poco de Off.

Hasta los huesos

“Donde habita el olvido”, interpretada por Varona, y “Como un dolor de muelas”, por Mara Barros, fueron los minutos de descanso para Joaquín, que esta vez volvió en mangas de camisa. La corista (primera vez que pisa América, voz cautivante, fue ovacionada) arrancó con una desgarrada versión de “Y sin embargo te quiero”: sólo la sonrisa burlona de Sabina le quitó dramatismo a la copla, que sirvió de introducción para ese encantador himno a la infidelidad que se llama “Y sin embargo”.
Le siguieron “Cristales de Bohemia” y “Una canción para Magdalena”, con la sensual corista interpretando a la prostituta. Hasta que pasó lo que se veía venir: con bichos en la boca, la lengua, los dientes, Sabina se hartó. Cortó la canción, amenazó por un segundo con enojarse y, como invocando al cielo, lanzó, con una sonrisa: “Me borro de la Sociedad Protectora de Animalitos”.
Los clásicos “Peces de ciudad”, “Nos sobran los motivos” y “Calle Melancolía” fueron apareciendo uno a uno, como regalos, matizados por algunos nuevos, como “Embustera”.
No fue ni siquiera un acorde: la primera nota, agudísima, de cuerda de guitarra, anunció el arribo de “19 días y 500 noches”, y entonces el estadio se puso de pie. Para mantener el clima llegó “Princesa”, en lo que pretendía ser el final perfecto. Habían pasado ya dos horas y decenas de miles de bichitos. La gente pedía que el sueño no terminara.
García de Diego tomó la posta con “Amor se llama el juego”, que terminaría a dúo con Joaquín, ya en remera. El tándem “Contigo” (a la santafesina: “Yo no quiero París con aguacero / ni sabalero sin ti) / “Noches de boda” / “Y nos dieron las diez” no podía faltar. Para el final recetó sus “Pastillas para no soñar”, tomó la bandera de Colón que le acercó el público, se espantó por enésima vez la cara, saludó feliz.
A la salida, la boca del embudo de la alegría se hizo risas, empujones, primeras palabras. A esa altura, la jornada regalaba alguna brisa para soportar el intenso calor. Quedaban 19 días y 500 noches para empezar a darle forma al recuerdo.
Hace días el trovador de Ubeda advirtió que ésta era su última gira: aseguró que de ahora en más elegiría espacios reducidos, íntimos. Aunque después, en declaraciones a la prensa en Uruguay, se desdijo. Por ahora, al punto final de los finales le siguen dos puntos suspensivos.

Recorrido

La gira nacional empezó a mediados de enero en Trelew, continuó en Junín y pasó por Buenos Aires, Mar del Plata y Córdoba. El 11 Sabina actuará en Neuquén, el 13 en Mendoza y el 17 será su despedida de Argentina, en Rosario.