El sistema de defensas de la ciudad de Santa Fe aguantó con margen esta crecida del Salado —las familias evacuadas en la Vieja Tablada viven fuera del anillo defensivo—, pero la Cuenca del río inundó miles de hectáreas en los campos del centro norte de la provincia. Son tambos, potreros ganaderos y lotes de soja y maíz en los que las pérdidas económicas son millonarias y la situación de los productores y sus familias muy complicada.
Es que no fue una inundación más. “Fue la cuarta en magnitud en 60 años de registro, después de las inundaciones de 2003, 1998 y 1973”, confirmó Ricardo Giacosa, subsecretario de Planificación y Gestión del Ministerio de Aguas, en una entrevista con El Litoral.
Los registros del Ministerio de Aguas confirman que, en el pico de la crecida, el caudal que se midió en el río —a la altura de Esperanza— fue de 1.800 metros cúbicos por segundo, con una altura de 6,68 metros. En la inundación de 2003, que anegó un tercio de la ciudad con más de 100.000 evacuados, en la zona de Santa Fe, el caudal del Salado superó los 3.000 metros cúbicos por segundo. Y en 1973 y 1998, osciló alrededor de los 2.500 metros cúbicos por segundo.
La causa de la crecida fue el diluvio que azotó a San Justo, San Cristóbal y a otras localidades del norte de la provincia, en las que se acumularon más de 300 milímetros de lluvia casi de golpe. Y que llegaron con las napas freáticas altas, por las intensas lluvias que se desencadenaron en la región a partir de febrero.
En Santa Fe, por ejemplo, a principios de abril, el municipio advertía que las precipitaciones
acumuladas desde enero ya superaban los 500 milímetros (el registro aumentó a 600 milímetros con las lluvias del 5 y 6 de abril), que es la mitad del promedio anual para la región.

La evolución del clima

La inundación del Salado vuelve a confirmar que los escenarios climáticos pueden generar coyunturas de riesgo rápidamente y que es estratégico seguir de cerca la evolución de las tendencias de fondo del clima —en el marco del fenómeno del calentamiento global— para poder mantener actualizada la infraestructura de defensa contra inundaciones, los sistemas de alerta y monitoreo de ríos y tormentas y los datos de recurrencia de crecidas para poder planificar sobre bases confiables los puentes, aliviadores y rutas que necesita la provincia.
En todo el mundo, se debate sobre el cambio climático. De hecho esta semana en Berlín se presentó un informe con proyecciones muy preocupantes del Panel Internacional de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
En el centro norte de Santa Fe, los últimos cuarenta años dejaron algunas conclusiones. “A partir de 1970 se inicia un proceso de cambio, hay una mayor frecuencia de lluvias y una alta variabilidad climática, porque también se produjeron sequías severas”, explicó José Macor, director del Centro de Informaciones Meteorológicas (CIM) de la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas de la UNL. En el 2006, el Ministerio de Aguas encargó un estudio al Inta, la UNL y el Instituto Nacional del Agua (INA) para analizar el impacto de los cambios climáticos sobre el régimen del río Salado. “La conclusión fue que desde la década del ’70 se están incrementando los valores de precipitaciones. También hubo un cambio en la actividades agropecuarias, porque se produjo una intensificación de la agricultura, con obras de canalización y drenaje muy importantes”, contó Giacosa.
Hay estudios de la UNL que advierten que “la sobreexplotación agrícola”, en detrimento de la ganadería, redujo la capacidad de almacenamiento del suelo e incrementó el potencial de escurrimiento hacia las cuencas hídricas.
“La provincia preguntó: en qué porcentaje los caudales del río crecieron por las mayores lluvias y en qué porcentaje debido a las obras de canalización. En realidad, es como el huevo y la gallina, las dos cuestiones están muy vinculadas”, contextualizó el subsecretario de Planificación del Ministerio de Aguas.
El nivel de las napas freáticas también aumentó y es una situación que reduce la capacidad del suelo para “amortiguar” lluvias intensas. “A principios de los ’70, la napa freática en el Inta Rafaela estaba a 14 metros de profundidad. En estos años, nunca bajó de los 10 metros y ahora está a 1,20 metro”, precisó Giacosa.
En Colastiné y en otras zonas de la ciudad, ahora los suelos están saturados de agua y con la napa prácticamente en superficie. Por eso cuando llueve el agua se acumula y escurre muy lentamente.

Monitoreo

Una cuestión que se rescató desde el Ministerio de Aguas es que el sistema de alerta y monitoreo del Salado, que tiene sensores en distintos puntos de la Cuenca funcionó bien. “Esto permitió, con tres o cuatro días de anticipación, preparar las bombas y alertar a las distintas ciudades para que se pudieran preparar”, destacó Giacosa.
En el área metropolitana de Santa Fe, el sistema de defensas, estaciones de bombeo y reservorios, que gestiona el municipio, resistió una crecida de magnitud, pero que afortunadamente estuvo muy por debajo de la de 2003.
La difícil situación que vivieron las familias de la Vieja Tablada, volvió a reafirmar la necesidad de evitar asentamientos en zonas inundables, ya que se complicó la asistencia de estas personas porque no querían abandonar sus cosas y sus animales —por miedo a los robos— para ir al centro de evacuados del polideportivo La Tablada.

“Las nuevas urbanizaciones  deben radicarse en lugares altos”

El área metropolitana de Santa Fe está protegida por 135 kilómetros de terraplenes, como el anillo de defensa de Colastiné y Rincón, y el sistema de protección contra inundaciones de la Circunvalación Oeste.
“No queremos continuar haciendo defensas. La idea es que las nuevas urbanizaciones se radiquen en lugares altos. En la actualidad, los lotes necesitan por ley que la factibilidad hídrica esté aprobada por el Ministerio de Aguas”, recordó Ricardo Giacosa, subsecretario de Planificación y Gestión del Ministerio de Aguas.
El funcionario explicó que mantener las defensas tiene un costo importante y también supone planificar y ejecutar obras de desagüe para que estas familias no se inunden cuando hay excesos de lluvia.
Al deterioro que sufren las defensas por la erosión y el paso del tiempo —se hacen grietas y cárcavas—, hay que sumarles los robos y actos de vandalismo. En las últimas semanas, dos estaciones de bombeo fueron dañadas en Rincón y otras tres en Recreo.
En el mediano plazo, y a partir de la mayor vulnerabilidad por lluvias en Santa Fe y otras localidades, Giacosa cree que es clave trabajar junto a los municipios en la revisión de los sistemas de bombeo y en la planificación de los espacios para que no se ocupen zonas inundables.

Cambio climático

¿El aumento progresivo del nivel del mar en las próximas décadas, si se confirman las proyecciones de cambio climático, puede influir en Santa Fe? Todavía no hay una respuesta clara desde la ciencia, a nivel local, pero es un tema que habrá que monitorear. “La ciudad está a 500 kilómetros del mar, pero tenemos apenas 15 metros de desnivel, entonces obviamente eso puede influir porque le haría de tapón a la salida del Paraná. Pero es difícil hacer proyecciones a 50 años”, reconoció Ricardo Giacosa, subsecretario de Planificación y Gestión del Ministerio de Aguas.

Fuente El Litoral