Foto  Guillermo Di Salvatore

La Pascua nos recuerda el triunfo del amor de Dios. Para el hombre es el inicio de un camino de vida, de amor y de paz, que le permite superar la esclavitud del pecado como reino de la mentira, del odio y la muerte. Con su muerte Jesucristo ha destruido el poder absoluto del mal, con su resurrección nos ha abierto el camino de una vida nueva. La Pascua tiene al hombre como destinatario, pero también como protagonista de un mundo nuevo. Esta verdad, que es la fuente de la esperanza cristiana, es un don que se ofrece a nuestra libertad.

En esta Pascua del 2010 debemos tener presente la celebración del Bicentenario. La fe no es ajena a la Patria; Jesús amó a su Patria, es más, lloró por ella. La fe nos debe hacer testigos de su mensaje para enriquecer, con los valores del Evangelio, la vida y la cultura de nuestra Patria. Los frutos de la Pascua son parte de nuestra historia. La celebración del Bicentenario, decíamos, merece un clima social y espiritual distinto al que estamos viviendo. Las pequeñas confrontaciones nos debilitan como Nación, y nos alejan de los verdaderos problemas que hacen al bien y a las necesidades de nuestra gente. No me refiero sólo a la pobreza que sigue siendo una deuda que nos interpela, sino a esas otras miserias que deterioran el clima y nivel de la sociedad y que tienen, en los niños y los jóvenes, sus primeras víctimas. Nos debe preocupar el flagelo de la droga y el avance del juego, el desprecio a la vida, la trata de personas y la violencia. Son heridas de una sociedad enferma que se asusta de estos males, pero que no se siente responsable de sus causas.
En la base de esta realidad existe una crisis moral, cultural y política. Parecería que se ha desvanecido una concepción del hombre como ser humano y espiritual, abierto y necesitado para su realización del mundo de los valores y de la belleza. Los pequeños y mezquinos intereses ocupan un lugar indebido, que nos hacen olvidar lo importante. Sólo cuando consideremos al hombre en la totalidad de sus dimensiones, con su dignidad única e irrepetible, sólo entonces será posible recrear las condiciones de vida que permitan un crecimiento integral y equitativo para todos los argentinos. Es el hombre el que está herido, y por momentos parece huérfano en su propia Patria. Hay una crisis de sentido y de confianza. Esto requiere gestos de grandeza para saber mirar el presente desde un futuro que nos convoque por el nivel de sus ideales y la ejemplaridad de sus dirigentes. Delinear ese futuro e instrumentar los pasos para alcanzarlo, es un acto de sabiduría política que compromete a toda la dirigencia del país.
Que el don de la Pascua, que es el triunfo del Evangelio de la vida, del amor y de la paz, nos ayude en este año del Bicentenario a rehacer la amistad social como fruto de un diálogo maduro y una clara conciencia de ser parte de una misma sociedad. Que sepamos asumir juntos el compromiso de recrear una Nación para todos, es el mejor presente que le podemos ofrecer a nuestra Patria.

Monseñor José María Arancedo -Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz-